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Cuento La música que quería vivir

Érase una vez, en un mundo muy lejano, donde la música era la única forma de comunicación. Los habitantes de ese mundo eran notas musicales que podían crear hermosas melodías con sus voces. Cada nota tenía su propio sonido y personalidad, y juntas formaban una armonía perfecta.

Pero un día, algo extraño ocurrió. Una nota musical, llamada Do, sintió un deseo muy fuerte de conocer otro mundo. Un mundo donde no hubiera solo música, sino también colores, formas, olores y sabores. Un mundo donde pudiera ver, tocar, oler y probar cosas nuevas. Un mundo donde pudiera ser más que una nota.

Así que Do decidió escaparse de su mundo musical y buscar una forma de entrar en el mundo humano. Buscó y buscó, hasta que encontró una puerta mágica que la llevó a una ciudad llena de gente. Do estaba maravillada con todo lo que veía. Había edificios altos, coches rápidos, árboles verdes, flores de mil colores, animales de todo tipo y personas de todas las formas y tamaños.

Do quiso ser parte de ese mundo, así que se transformó en una niña humana. Se puso un vestido azul, unos zapatos rojos y una cinta amarilla en el pelo. Se sintió feliz de tener un cuerpo, una cara y un nombre. Se llamó Dora.

Dora empezó a explorar la ciudad, haciendo amigos y aprendiendo cosas nuevas. Pero pronto se dio cuenta de que algo le faltaba. Le faltaba la música. Le faltaba su voz. Le faltaba su esencia.

Dora extrañaba a sus amigas las notas musicales, que la buscaban desesperadamente. Ellas también habían cruzado la puerta mágica y se habían transformado en humanas. Se llamaban Rebeca, Mía, Fátima, Sol, Laia y Sílvia. Ellas querían encontrar a Dora y convencerla de que volviera a su mundo musical.

Pero Dora no quería volver. Ella quería quedarse en el mundo humano y vivir nuevas aventuras. Así que se escondió de sus amigas y se alejó de ellas. Pero cuanto más se alejaba, más triste se sentía. Y cuanto más triste se sentía, más se apagaba su sonido.

Las notas musicales se dieron cuenta de que Dora estaba perdiendo su música. Y ellas también. Sin Dora, no podían crear melodías. Sin melodías, no podían expresarse. Sin expresión, no podían ser felices.

Así que decidieron hacer un plan. Se reunieron todas y cantaron una canción muy especial. Una canción que solo Dora podía escuchar. Una canción que le recordaba quién era y de dónde venía. Una canción que le decía que la querían y la extrañaban. Una canción que le pedía que volviera.

Dora escuchó la canción y sintió una emoción muy fuerte. Era la emoción de la música. La música que la hacía vibrar. La música que la hacía única. La música que la hacía vivir.

Dora entendió que no podía renunciar a su música. Que su música era parte de ella. Que ella era parte de la música. Así que decidió volver con sus amigas y abrazarlas. Al abrazarlas, recuperó su voz. Al recuperar su voz, recuperó su sonido. Al recuperar su sonido, recuperó su felicidad.

Dora y sus amigas se despidieron del mundo humano y regresaron a su mundo musical. Allí, volvieron a ser notas y volvieron a cantar. Cantaron una canción de agradecimiento. Una canción de amistad. Una canción de amor. Una canción de vida.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.