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Cuento El Ángel que Quería Ser el Arquitecto de Dios

Había una vez en el cielo un hermoso y resplandeciente ángel llamado Ariel. Ariel era conocido por su belleza y gracia, pero lo que más anhelaba en el mundo era convertirse en el arquitecto del Cielo. Soñaba con diseñar los destinos de las estrellas y las nubes, y quería crear un paraíso celestial aún más hermoso.

Ariel pasaba sus días observando cómo los arquitectos celestiales trabajaban en sus proyectos. Admiraba sus creaciones y soñaba con ser parte de ese mundo. Pero, como todo ángel sabía, solo los arquitectos designados por Dios tenían el poder de crear y diseñar en el Cielo.

Un día, Ariel decidió dar un paso audaz. Se dirigió al Gran Arquitecto del Cielo, quien era conocido como Elohim, y le expresó su deseo de convertirse en un arquitecto celestial. “Dios, deseo contribuir a la belleza y la perfección del Cielo”, le dijo Ariel con pasión.

Elohim, el Gran Arquitecto, sonrió ante la petición de Ariel y le dijo: “Eres un ángel valiente y aprecio tu deseo de servir. Sin embargo, el papel de arquitecto celestial es uno de gran responsabilidad y requiere una comprensión profunda de las leyes divinas y el equilibrio en el Cielo. Debes demostrar tu valía antes de que puedas tener ese honor”.

Ariel aceptó el desafío con gratitud y comenzó su aprendizaje como arquitecto celestial. Pasó innumerables días y noches estudiando las estrellas y las nubes, aprendiendo sobre las fuerzas divinas que las guiaban y el equilibrio que sostenía el Cielo en su lugar.

Con el tiempo, Ariel se convirtió en un ángel muy sabio y talentoso, con un conocimiento profundo de la arquitectura celestial. Presentó sus diseños y propuestas a Elohim, quien los evaluó con cuidado. Finalmente, Elohim le dijo a Ariel: “Has demostrado ser digno, y es hora de que te conviertas en un arquitecto celestial. Sin embargo, recuerda que la belleza del Cielo es un regalo de Dios, y tu papel es mantenerla y mejorarla”.

Ariel se sintió emocionado y honrado de haber logrado su sueño de convertirse en un arquitecto celestial. Pasó innumerables días y noches creando hermosos diseños, que añadían una nueva dimensión de belleza al Cielo. Las estrellas brillaban con más intensidad, las nubes formaban patrones más intrincados y los arcoíris eran más vibrantes que nunca.

Pero a medida que Ariel trabajaba en sus proyectos, comenzó a sentirse tentado por el poder de la creación. Se dejó llevar por su deseo de ser el arquitecto más destacado del Cielo y comenzó a hacer cambios importantes sin la aprobación de Elohim.

Sus modificaciones, aunque hermosas, perturbaron el equilibrio celestial. Las estrellas comenzaron a moverse en patrones inusuales, y las nubes perdieron su armonía. El Cielo, que solía ser un lugar de calma y serenidad, se volvió caótico y desequilibrado.

Elohim, el Gran Arquitecto, notó los cambios en el Cielo y se sintió preocupado. Observó a Ariel y vio que su deseo de poder lo había cegado y lo había llevado a desafiar las leyes divinas. Elohim decidió confrontar a Ariel y lo llamó a su presencia.

Ariel se presentó ante Elohim con un corazón lleno de remordimiento. “He perdido el rumbo, mi Señor”, le dijo con humildad. “Me dejé llevar por el deseo de ser el arquitecto más destacado y cometí errores. Lamento profundamente haber perturbado el equilibrio del Cielo”.

Elohim miró a Ariel con compasión y le dijo: “Ariel, es importante recordar que la belleza y la perfección del Cielo son un regalo de Dios, y como arquitectos celestiales, debemos ser guardianes de ese regalo en lugar de desafiarlo. Has aprendido una lección valiosa y has demostrado humildad al reconocer tus errores. Ahora, debes ayudar a restaurar el equilibrio en el Cielo”.

Ariel aceptó su responsabilidad con gratitud y comenzó a trabajar en la restauración del equilibrio celestial. Con la guía de Elohim, corrigió sus diseños y devolvió la armonía al Cielo. A medida que el equilibrio se restablecía, la belleza del Cielo brillaba con más intensidad que nunca.

A lo largo de los años, Ariel continuó su trabajo como arquitecto celestial con humildad y respeto por las leyes divinas. Se convirtió en un guardián de la belleza del Cielo y compartió su sabiduría con otros ángeles que aspiraban a ser arquitectos. Su historia se convirtió en una lección sobre la importancia de la humildad y la responsabilidad en la búsqueda del poder y la belleza.

La moraleja de esta historia es que, a veces, la búsqueda del poder y la ambición pueden nublar nuestro juicio y llevarnos por un camino equivocado