Cuento Emily, la niña sin magia
Emily vivía en un planeta donde la magia era la fuente de todo. La magia se usaba para construir casas, cultivar alimentos, curar enfermedades, viajar por el espacio y, sobre todo, para competir por el poder y el prestigio. Los que tenían más magia eran los que mandaban, y los que tenían menos eran los que obedecían.
Pero Emily no tenía nada de magia. Era la única persona en todo el planeta que no podía hacer ni el hechizo más simple. Por eso, todos se burlaban de ella y la trataban mal. Su familia era pobre y vivía en una choza al borde de la ciudad. Su padre trabajaba como minero, extrayendo los cristales que alimentaban la magia. Su madre era costurera, cosiendo los trajes que lucían los magos. Emily los ayudaba como podía, pero siempre se sentía inútil e insignificante.
Un día, Emily decidió que ya no podía soportar más su situación. Quería demostrar que valía algo, que podía hacer algo grande sin magia. Así que se escapó de su casa y se dirigió al centro de la ciudad, donde se celebraba el gran torneo de magia. Era el evento más importante del año, donde los mejores magos se enfrentaban entre sí para demostrar quién era el más poderoso y el más digno de gobernar el planeta.
Emily se abrió paso entre la multitud, admirando los espectaculares duelos que se sucedían en el enorme estadio. Veía cómo los magos lanzaban rayos, fuego, hielo, viento y todo tipo de elementos con sus varitas, sus anillos o sus guantes. Algunos incluso usaban sus propios cuerpos como canalizadores de magia, transformándose en animales, plantas o rocas. Emily se quedaba boquiabierta ante tanta maravilla, pero también sentía una punzada de envidia y tristeza. ¿Por qué ella no podía hacer nada de eso?
De repente, Emily vio una oportunidad. Uno de los magos que acababa de ganar su duelo dejó su varita en el suelo, mientras se dirigía a saludar a sus fans. Emily se acercó sigilosamente y cogió la varita, escondiéndola en su manga. Pensó que quizá, si usaba una varita ajena, podría hacer algo de magia. Quizá solo necesitaba un poco de ayuda externa.
Emily se alejó del estadio y buscó un lugar apartado, donde nadie la viera. Sacó la varita y la apuntó a una lata vacía que había en el suelo. Intentó recordar las palabras que había oído decir a los magos, y pronunció:
- ¡Leviosa!
Nada pasó. La lata siguió en el suelo, y la varita no emitió ningún brillo.
- ¡Leviosa! -repitió Emily, con más fuerza.
Nada pasó. La lata seguía en el suelo, y la varita seguía apagada.
- ¡Leviosa! ¡Leviosa! ¡Leviosa! -gritó Emily, desesperada.
Nada pasó. La lata seguía en el suelo, y la varita seguía muerta.
Emily se sintió frustrada y decepcionada. Se dio cuenta de que no podía hacer magia, ni siquiera con una varita prestada. Se dio cuenta de que era una inútil, una fracasada, una nada.
Emily tiró la varita al suelo y se echó a llorar. No sabía qué hacer con su vida, ni a dónde ir. Se sentía sola y perdida.
Pero entonces, algo increíble ocurrió. La varita que había tirado al suelo empezó a vibrar y a brillar. Emitió un sonido agudo y una luz cegadora. Y de repente, la lata que había en el suelo se elevó por los aires, girando y chocando contra las paredes.
Emily se quedó atónita. No podía creer lo que veía. ¿Qué estaba pasando?
La varita seguía vibrando y brillando, y la lata seguía volando por el aire. Pero no solo eso. Otras cosas empezaron a moverse también. Unas piedras, unas hojas, unas botellas. Todo lo que había alrededor de Emily empezó a levitar y a girar, formando un torbellino de objetos.
Emily se asustó. No sabía cómo parar aquello. No sabía qué había provocado aquello. ¿Acaso era ella? ¿Acaso tenía magia después de todo?
Pero antes de que pudiera pensar más, oyó unos pasos y unas voces. Eran los guardias del estadio, que habían visto la luz y el ruido. Venían a investigar qué estaba pasando.
Emily entró en pánico. Sabía que si la descubrían, la acusarían de robar la varita y de causar el caos. Sabía que la castigarían y la encerrarían. Sabía que tenía que escapar.
Así que cogió la varita, que seguía vibrando y brillando, y corrió. Corrió lo más rápido que pudo, esquivando los objetos que volaban por el aire. Corrió hacia la salida, hacia la libertad.
Pero no llegó muy lejos. Los guardias la vieron y la persiguieron. Le gritaron que se detuviera, que soltara la varita, que se rindiera. Emily no les hizo caso. Siguió corriendo, con la esperanza de salir de allí.
Pero entonces, se encontró con un obstáculo. Era el mago al que le había robado la varita. Estaba furioso, y la miraba con odio. Le dijo:
- ¡Devuélveme mi varita, ladrona! ¡No sabes lo que has hecho! ¡Has activado el modo de emergencia! ¡Has desatado una magia incontrolable!
Emily no entendió lo que decía. Solo supo que estaba en peligro. Así que intentó esquivarlo, pero fue demasiado tarde. El mago le agarró el brazo y le arrebató la varita. Emily se quedó sin defensa, sin salida, sin esperanza.
El mago la sujetó con fuerza y la arrastró hacia el estadio. Le dijo:
- ¡Vas a pagar por lo que has hecho! ¡Vas a ver lo que es la verdadera magia!
Emily se resistió, pero fue inútil. El mago era más fuerte y más poderoso que ella. La llevó ante el público, que la abucheó y la insultó. La llevó ante el jurado, que la condenó y la sentenció. La llevó ante el rey, que la miró con desprecio y le dijo:
- ¡Eres una vergüenza para este planeta! ¡Eres una anomalía, una aberración, una basura! ¡No mereces vivir!
Emily se sintió humillada y aterrada. No sabía qué iba a pasar con ella. No sabía si iba a morir.
Pero entonces, algo increíble ocurrió. La varita que tenía el mago en la mano empezó a vibrar y a brillar. Emitió un sonido agudo y una luz cegadora. Y de repente, el mago se elevó por los aires, girando y chocando contra las paredes.
Emily se quedó atónita. No podía creer lo que veía. ¿Qué estaba pasando?
La varita seguía vibrando y brillando, y el mago seguía volando por el aire. Pero no solo eso. Otras cosas empezaron a moverse también. Unas sillas, unas banderas, unas copas. Todo lo que había en el estadio empezó a levitar y a girar, formando un torbellino de objetos.
Emily se asombró. No sabía cómo parar aquello. No sabía qué había provocado aquello. ¿Acaso era ella? ¿Acaso tenía magia después de todo?
Pero antes de que pudiera pensar más, oyó una voz. Era una voz dulce y suave, que le habló al oído. Le dijo:
- No tengas miedo, Emily. Soy yo, la varita. Estoy aquí para ayudarte.
Emily se sorprendió. No podía creer lo que oía. ¿La varita le estaba hablando? ¿Cómo era posible?
La varita le explicó:
- Soy una varita especial, Emily. Soy una varita inteligente. Tengo una mente propia, y puedo elegir a mi dueño.