Cuento La Bruja del Bosque Encantado
En un rincón remoto de la tierra, donde los árboles susurraban historias antiguas y las flores brillaban con luz propia, se encontraba el Bosque Encantado. En su corazón vivía una bruja llamada Esmeralda, conocida por su bondad y sabiduría. Aunque Esmeralda tenía una apariencia que podía resultar intimidante, con su cabello enredado y su piel arrugada, su corazón era puro y siempre buscaba ayudar a los demás.
Una víspera de Halloween, Esmeralda descubrió que una maldición oscura se cernía sobre el bosque. Si no preparaba una pócima especial antes de la medianoche, el Bosque Encantado perdería toda su magia y vida. Para preparar la pócima, necesitaba ingredientes muy especiales que solo se encontraban en los rincones más profundos del bosque.
Cerca del bosque vivían tres niños: Ana, Lucas y Mateo. Siempre habían oído historias sobre la bruja y, como la mayoría de los habitantes, la temían por su apariencia. Sin embargo, cuando una ráfaga de viento les llevó un mensaje urgente de Esmeralda, los tres niños, movidos por la curiosidad y un deseo de aventura, decidieron ir a su encuentro.
Cuando llegaron a la cabaña de Esmeralda, encontraron a la bruja esperándolos en la puerta. Aunque su apariencia les causó cierto temor al principio, la calidez de su sonrisa les dio algo de tranquilidad. “Niños, necesito vuestra ayuda para salvar el bosque,” dijo Esmeralda con una voz suave y maternal. “Juntos, debemos recoger los ingredientes mágicos antes de la medianoche.”
Ana, la más valiente del grupo, fue la primera en dar un paso adelante. “¿Qué debemos hacer?” preguntó.
Esmeralda les entregó una lista de ingredientes: hongos brillantes del Claro Luminoso, flores de estrella del Arroyo Centelleante y hojas de plata del Árbol Antiguo. Con la lista en mano y la bruja como guía, se adentraron en el bosque.
El Claro Luminoso era su primer destino. Al llegar, encontraron hongos que emitían una luz suave y mágica. Lucas, que al principio dudaba de la bruja, se sorprendió al ver cómo Esmeralda trataba a las criaturas del claro con cariño y respeto. Recolectaron los hongos y continuaron su camino.
En el Arroyo Centelleante, las flores de estrella flotaban en el agua, iluminando su camino. Mateo, el más pequeño, resbaló en una roca mojada, pero Esmeralda lo atrapó antes de que cayera. “Gracias,” dijo Mateo, dándose cuenta de que la bruja no era para nada aterradora.
Finalmente, llegaron al Árbol Antiguo, un majestuoso roble cuyas hojas plateadas brillaban como la luna. Mientras recolectaban las hojas, Ana se dio cuenta de algo importante. “Esmeralda, ¿por qué nos pediste ayuda a nosotros?”
Esmeralda sonrió. “Sabía que teníais el valor y el corazón puro para ayudarme. Y también quería que aprendierais que no se debe juzgar a alguien por su apariencia.”
Con los ingredientes reunidos, regresaron a la cabaña de Esmeralda. La bruja mezcló los ingredientes en un gran caldero mientras los niños observaban con fascinación. A medida que la pócima burbujeaba y cambiaba de color, una luz mágica envolvió el bosque. Al dar la medianoche, el bosque resplandeció con una nueva vida y energía.
“Lo logramos,” dijo Lucas, maravillado por la transformación.
“Gracias a vosotros,” respondió Esmeralda. “El Bosque Encantado está a salvo.”
Antes de despedirse, Esmeralda les dio a cada uno un pequeño amuleto como agradecimiento. “Siempre seréis bienvenidos en el bosque,” dijo.
Los niños regresaron a casa con una nueva perspectiva. Aprendieron que el valor y la bondad pueden encontrarse en los lugares más inesperados y que no se debe juzgar a nadie por su apariencia.
Desde aquel día, Ana, Lucas y Mateo visitaron a Esmeralda con frecuencia, convirtiéndose en sus amigos y aprendices. Juntos, protegieron el Bosque Encantado, asegurándose de que su magia y bondad perduraran para siempre.