
Hansel y Gretel: Una Aventura en la Playa Encantada
En un rincón lejano del mundo, donde el sol siempre brilla y el mar canta con voz de caracola, Hansel y Gretel decidieron pasar sus vacaciones de verano. Después de sus aventuras en el bosque, sus padres pensaron que un cambio de escenario sería perfecto… ¡y qué mejor lugar que una playa encantada!
La arena era dorada como el caramelo y las olas parecían hechas de espuma azucarada. Hansel llevaba su red de pescar y Gretel, una cesta para recoger conchas. Pero no eran conchas comunes… ¡algunas de ellas hablaban!
—¡Hola, pequeña! —dijo una concha rosada cuando Gretel la levantó—. Si sigues el rastro de estrellas de mar, encontrarás el castillo de arena viviente.
—¿Un castillo que vive? —preguntó Hansel con los ojos brillando de emoción.
Sin pensarlo, siguieron el camino de estrellas de mar que serpenteaba por la orilla. En el trayecto, se toparon con un cangrejo bromista que caminaba hacia atrás, una tortuga que les ofreció una carrera (y ganó, por supuesto), y una ola que los empapó… ¡pero en lugar de agua, estaba hecha de limonada espumosa!
Finalmente, llegaron a un castillo de arena enorme, con torres que se movían suavemente con la brisa y ventanas que parpadeaban como ojos. Al tocar la puerta, esta se abrió sola, y una voz suave les dio la bienvenida.
—Bienvenidos, viajeros. Estoy vivo gracias a los sueños de los niños que juegan en la playa.
Dentro, todo era mágico: las escaleras subían y bajaban solas, los muebles flotaban, y había una sala entera llena de juguetes que bailaban solos. Pero el castillo tenía un pequeño problema.
—Una ola brillante se llevó mi corazón de perla. Sin él, pronto me desharé como arena seca —susurró con tristeza.
Hansel y Gretel, decididos a ayudar, subieron a una tabla de surf encantada que los llevó mar adentro, donde la ola brillante danzaba bajo la luz del sol. No era malvada, simplemente estaba jugando con la perla sin saber que era importante.
—¡Hola! —gritó Gretel con amabilidad—. El castillo te necesita. ¿Podemos llevarnos la perla?
La ola, que tenía ojos chispeantes como estrellas y una voz cantarína, entendió de inmediato.
—¡Claro! No quería hacer daño. Aquí la tienen, con un poquito de mi luz para que siempre brille.
Regresaron al castillo justo a tiempo. Al colocar la perla en su lugar, este soltó un suspiro de alivio, y de repente, todo el castillo vibró de alegría. Se iluminó aún más, y en agradecimiento, les regaló una concha mágica a cada uno.
—Siempre que quieran volver, solo háblenle a estas conchas —dijo con una sonrisa en sus torres.
Hansel y Gretel se despidieron, felices por haber ayudado. Esa noche, de vuelta en casa, colocaron las conchas en su mesita de noche, sabiendo que una nueva aventura los esperaba… siempre que la imaginación y el mar se unieran una vez más.
FIN.

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