Cuento El niño y la luna de cristal
Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un pequeño pueblo cerca de las montañas. Lucas tenía una imaginación increíble y siempre soñaba con viajar a lugares lejanos y maravillosos. Cada noche, antes de dormir, miraba las estrellas desde su ventana y se preguntaba qué habría más allá de ellas.
Una noche, mientras observaba el cielo estrellado, vio algo extraordinario. Una estrella fugaz cruzó el firmamento y dejó una estela brillante. Lucas cerró los ojos y pidió un deseo: “Quiero viajar a la luna de cristal de Saturno”.
Al día siguiente, Lucas se despertó sintiéndose diferente. Al mirar por la ventana, notó un resplandor inusual en el cielo. Decidió seguir la luz y, para su asombro, encontró una nave espacial pequeña y reluciente esperándolo en el jardín. Sin pensarlo dos veces, subió a bordo y, antes de darse cuenta, la nave despegó hacia el espacio.
El viaje fue rápido y silencioso. Lucas miraba maravillado cómo pasaban las estrellas y los planetas. Finalmente, la nave llegó a su destino: la luna de cristal de Saturno, un lugar brillante y hermoso, lleno de reflejos y colores.
Lucas salió de la nave y se encontró en un paisaje de cristal resplandeciente. Todo a su alrededor brillaba como diamantes. Empezó a caminar, curioso y emocionado, cuando de repente, vio algo moverse entre los cristales. Era una criatura pequeña y transparente, como hecha de vidrio, con ojos grandes y amables.
“Hola,” dijo la criatura en un tono melodioso. “Me llamo Luni. ¿Quién eres tú?”
“Soy Lucas,” respondió el niño. “He venido desde la Tierra. ¿Qué es este lugar?”
“Esta es la luna de cristal,” explicó Luni. “Es nuestro hogar. Aquí vivimos los Lunaris, criaturas de cristal. Ven, te presentaré a mis amigos.”
Luni llevó a Lucas a una aldea hecha completamente de cristal. Las casas brillaban bajo la luz de Saturno y los Lunaris se movían grácilmente, reflejando todos los colores del arco iris. Los habitantes recibieron a Lucas con sonrisas y curiosidad. Nunca antes habían visto a un humano.
Lucas pasó el día explorando la aldea y aprendiendo sobre las costumbres de los Lunaris. Descubrió que ellos recolectaban luz de las estrellas para alimentar sus hogares y que disfrutaban creando esculturas de cristal que contaban historias de su pasado. Los Lunaris le enseñaron a Lucas a esculpir el cristal, y juntos crearon una estatua que representaba su encuentro.
Al anochecer, Lucas y los Lunaris se reunieron alrededor de un gran prisma de cristal en el centro de la aldea. Luni explicó que esa noche celebrarían una fiesta en honor a su nuevo amigo terrícola. El prisma comenzó a brillar intensamente, proyectando luces de colores por todas partes. Los Lunaris cantaron canciones mágicas que llenaban el aire con melodías encantadoras.
Durante la fiesta, Lucas hizo muchos amigos y aprendió más sobre la vida en la luna de cristal. Los Lunaris le contaron historias sobre cómo se formó su hogar y cómo vivían en armonía con el universo. Lucas se sintió muy feliz y agradecido por la hospitalidad de los Lunaris.
Sin embargo, sabía que debía regresar a la Tierra. Les explicó a sus nuevos amigos que tenía una familia que lo extrañaría. Los Lunaris comprendieron y le regalaron una pequeña esfera de cristal que contenía una luz estelar, para que siempre recordara su visita.
Luni lo acompañó de vuelta a la nave y le dio un abrazo. “Siempre serás bienvenido aquí, Lucas,” dijo con una sonrisa brillante. “No nos olvides.”
Lucas prometió que nunca lo haría y subió a la nave. La nave despegó suavemente y, en poco tiempo, Lucas estaba de regreso en su jardín. Se bajó y vio cómo la nave desaparecía en el cielo. Miró la esfera de cristal en su mano y sonrió, recordando a sus amigos de la luna de cristal.
Esa noche, cuando Lucas se acostó, no pudo dejar de pensar en su increíble aventura. Cerró los ojos y, antes de quedarse dormido, susurró: “Gracias, Luni. Hasta pronto.”
Y así, Lucas soñó con nuevos viajes y aventuras, sabiendo que en algún lugar del universo, tenía amigos brillantes esperándolo en la luna de cristal de Saturno.