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El Niño que Compartió su Almuerzo

Cuento El Niño que Compartió su Almuerzo

En una pequeña escuela, había un niño llamado Pablo. Pablo era un niño alegre y amigable que siempre llevaba un almuerzo delicioso preparado por su mamá. Cada día, durante el recreo, Pablo se sentaba en la mesa del comedor con sus amigos y disfrutaba de su comida.

Un día, mientras abría su lonchera, Pablo notó que su compañero de clase, Juan, estaba sentado solo y parecía triste. Juan miraba a los demás niños comer, pero él no tenía nada en su mesa. Pablo recordó que había escuchado a su maestra decir que a veces, algunos niños no tenían suficiente comida para traer al colegio.

Pablo decidió acercarse a Juan. “Hola, Juan,” saludó con una sonrisa. “¿Por qué estás solo?”

Juan levantó la vista y trató de sonreír. “Hola, Pablo. No tengo almuerzo hoy.”

Pablo sintió una punzada de tristeza por su amigo. Miró su lonchera y vio que tenía un sándwich, una manzana, unas galletas y un jugo. Decidió hacer algo generoso. “Juan, ¿te gustaría compartir mi almuerzo? Tengo suficiente para los dos.”

Los ojos de Juan se iluminaron. “¿De verdad? ¡Gracias, Pablo!”

Pablo se sentó junto a Juan y partió su sándwich por la mitad. También le dio una galleta y compartió su jugo. Mientras comían, los demás niños comenzaron a notar lo que estaba ocurriendo. Algunos se acercaron y ofrecieron compartir también sus alimentos. Pronto, la mesa de Juan y Pablo estaba llena de niños riendo y compartiendo.

Durante el almuerzo, Pablo y Juan hablaron sobre muchas cosas: sus materias favoritas, sus juegos preferidos y sus familias. Pablo se dio cuenta de que Juan era un niño muy interesante y divertido. Juan, por su parte, se sintió muy agradecido y feliz de tener un amigo como Pablo.

Los días siguientes, Pablo continuó compartiendo su almuerzo con Juan. Otros niños también se unieron a ellos, creando un ambiente de generosidad y amistad en el comedor. La maestra, al ver la camaradería entre los niños, se sintió orgullosa y decidió contarles una historia sobre la importancia de compartir y cuidar unos de otros.

Una tarde, la maestra reunió a todos los niños y les dijo: “Cuando compartimos lo que tenemos, no solo ayudamos a quienes lo necesitan, sino que también creamos lazos de amistad y comunidad. Estoy muy orgullosa de ver cómo todos ustedes han aprendido a ser generosos y amables.”

Pablo y Juan sonrieron, sabiendo que su amistad había inspirado a sus compañeros. Cada día, más y más niños se unían a la mesa de compartir, llevando pequeños bocadillos extras para asegurarse de que nadie se quedara sin almuerzo.

La noticia de la generosidad de los niños se extendió por toda la escuela. Los padres comenzaron a enviar más comida para que sus hijos pudieran compartir con otros. Pronto, el comedor de la escuela se convirtió en un lugar donde todos se sentían bienvenidos y queridos.

Un día, mientras Pablo y Juan jugaban en el patio, Juan se acercó a Pablo y le dijo: “Gracias por ser mi amigo y compartir tu almuerzo conmigo. Has hecho que la escuela sea un lugar mucho mejor para mí.”

Pablo sonrió y respondió: “Gracias a ti, Juan. He aprendido que compartir no solo es dar lo que tenemos, sino también recibir la amistad y el cariño de los demás.”

La amistad de Pablo y Juan se fortaleció con el tiempo, y ambos niños se convirtieron en un ejemplo de generosidad y bondad para todos en la escuela. La simple acción de compartir un almuerzo había creado un cambio positivo en la comunidad escolar, enseñando a todos que la verdadera riqueza se encuentra en la generosidad y la unión.


La moraleja de esta historia es clara: compartir lo que tenemos nos enriquece y nos une. A través de la generosidad y la amistad, podemos hacer del mundo un lugar mejor para todos.