
Cuento la estrella que se sentía sola en Nochebuena
Muy arriba en el cielo, donde las nubes parecen algodón y el viento canta bajito, vivía una pequeña estrella llamada Lumi. No era la más grande ni la más brillante, pero tenía una luz cálida y suave, como una caricia. Aun así, en Nochebuena, Lumi se sentía más sola que nunca.
Mientras las demás estrellas charlaban entre ellas y competían por ver quién brillaba más, Lumi observaba en silencio. Desde allí arriba podía ver los pueblos iluminados, las casas llenas de risas, chimeneas humeantes y mesas rodeadas de familias. Aquellas escenas le llenaban el corazón… y al mismo tiempo lo entristecían.
—Todos parecen tener a alguien —susurró Lumi—. ¿Y yo?
Aquella noche especial, el cielo estaba más claro que nunca. La Luna, redonda y plateada, repartía su luz con elegancia, y las estrellas se colocaban formando bellos dibujos. Lumi intentó brillar con más fuerza, pero su luz tembló un poco. Se sentía invisible.
Sin que ella lo supiera, abajo en la Tierra, un niño llamado Tomás miraba por la ventana de su habitación. Esa Nochebuena era diferente: su familia estaba lejos y la casa se sentía demasiado silenciosa. Tomás abrazaba su peluche mientras observaba el cielo, buscando algo que le hiciera sentir menos solo.
De pronto, una pequeña luz parpadeó con dulzura. No era la más brillante, pero sí la más cercana. Tomás sonrió.
—Hola, estrellita —dijo en voz baja—. Gracias por acompañarme.
En ese instante, Lumi sintió algo extraño y maravilloso. Su luz se volvió más firme, más cálida. Alguien la había visto. Alguien la había elegido.
—No estoy sola… —pensó sorprendida—. Mi luz importa.
Animada, Lumi comenzó a brillar con un ritmo suave, como si estuviera respirando. Otras estrellas lo notaron y se acercaron curiosas.
—Tu luz es diferente hoy —dijo una estrella vecina—. Es muy bonita.
Lumi se sonrojó, si es que las estrellas pueden hacerlo.
—Gracias… —respondió—. Creo que alguien ahí abajo me necesitaba.
La Luna, que lo observaba todo, sonrió con sabiduría.
—A veces —dijo— no hace falta brillar más fuerte, sino brillar para alguien.
Mientras tanto, Tomás seguía mirando el cielo. Sentía que aquella estrella le hacía compañía, como si le guiñara un ojo. Cerró los ojos y pidió un deseo sencillo: no sentirse solo.
De repente, una estrella fugaz cruzó el cielo, iluminándolo todo. Las demás estrellas celebraron el momento, y Lumi se sintió parte de algo grande y hermoso. Ya no era solo una estrella solitaria; era parte de un cielo lleno de luces que se acompañaban unas a otras.
Esa Nochebuena, Lumi comprendió algo muy importante: no necesitaba ser la más brillante para ser valiosa. Su luz, aunque pequeña, podía iluminar un corazón.
Desde entonces, cada Nochebuena, Lumi busca a quienes miran el cielo con un poco de tristeza. Brilla para ellos, recordándoles que nunca están solos, aunque a veces así lo parezca.
Y dicen que si alguna vez miras al cielo en Nochebuena y ves una estrella que parpadea con ternura, puede que sea Lumi… acompañándote con su luz.

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